Convierten heladeras en bibliotecas para que los vecinos lean más

En dos barrios de Córdoba, la gente puede sacar ejemplares gratis con el compromiso de devolverlos. La idea nació de un grupo de niños de la escuela Gabriela Mistral hace tres años. Los libros están libres, sin candado ni custodia. La intención es promover la lectura y generar espacios de encuentro comunitario. Se solicita a los lectores que, si pueden, disfruten de una publicación y donen otra.



“Llevame, disfrutame, devolveme y trae otro”. Esa es la consigna de los “libros libres” que conforman la biblioteca barrial El Armario Mágico, que funciona desde hace tres años en la puerta de la escuela Gabriela Mistral, de barrio Juniors.

No es una biblioteca escolar, sino una biblioteca barrial. Tampoco es una biblioteca común y tradicional. Es una biblioteca extraordinaria y creativa que funciona en un pequeño y colorido armario empotrado en una de las paredes del edificio escolar.

Está abierta las 24 horas, sin llaves ni candados, con ejemplares para adultos, adolescentes y niños. Los lectores eligen un libro sin firmar comprobante alguno, con la obligación de dejarlo en su sitio después de leerlo. El que quiera, y como contraprestación, puede donar otro. Pero si no es posible, no pasa nada.

Es gratis y con un espíritu colaborativo y solidario

La idea nació de un grupo de niños de segundo grado de la escuela que, primero, armó un armario algo improvisado con nailon para evitar que los libros se mojaran los días de lluvia. Pero, después, creció y se transformó.

“Pusimos una heladera como si fuera una biblioteca en la puerta de la escuela. Un artista la pintó, pero después la tuvimos que trasladar frente al Neuro”, recuerdan los alumnos, hoy ya en quinto grado, sobre los inicios.

De esta manera se colocaron dos heladeras-biblioteca en la plaza frente al hospital Neuropsiquiátrico Provincial, en la segunda cuadra de la calle León Morra. La idea era que la gente se detuviera a leer y dejara el libro para que otra persona más pudiera disfrutarlo. Y así ocurrió.

Eugenia, mamá de un alumno y voluntaria de la biblioteca, cuenta que en la plaza viven varias personas sin techo y que más de una vez los vio hojeando un libro. También, dice, se encontró con gente que, al hacer un descanso en su rutina diaria, se paraba a buscar material para leer. Recuerda, en especial, a un fletero que se detenía religiosamente cada mediodía para leer mientras comía un sándwich.

Hoy quedó sólo una heladera. La otra fue a parar a la basura después que comenzara a ser utilizada como guardarropa o como sanitario por los olvidados habitantes sin hogar de la plazoleta.

La biblioteca-heladera se encuentra ahora frente a la puerta del Neuropsiquiátrico. Los internos la sacan y la entran todos los días y, según empleados del hospital, los pacientes utilizan los libros para sus talleres culturales o los leen por simple placer.

Así, los ejemplares siguen corriendo de mano en mano en Juniors y alrededores.

Lo interesante es que la iniciativa no se quedó ahí y se replicó en barrio Jardín, donde el reconocido narrador Rubén López, de la agrupación Venique te cuento, sumó tres heladeras repletas de libros a su salón de fiestas infantiles y espacio de lectura y cultura. Allí también permanecen abiertas día y noche en la vereda.


Una idea en movimiento

Lucía, de quinto grado, estaba en segundo cuando comenzó a gestarse la biblioteca. “Un compañero había visto una imagen en Facebook que invitaba a liberar libros en lugares públicos. Alguien dejaba un libro en una plaza, por ejemplo, para que otra persona lo leyera y lo volviera a dejar en su lugar, después”, cuenta.

Así, entre todos y con la ayuda de las maestras, empezaron a pensar una biblioteca con un sistema similar, que sirviera de puente 
para que las palabras llegaran 
a todos, como una invitación colectiva a pensar, a disfrutar y a sentir.

“La biblioteca es para los que quieren leer”, apunta otra alumna. La consigna es que todos lean y, a la vez, donen más. “Lo único que pedimos es que no dejen libros rotos”, sostiene la niña.

Al lado del Armario Mágico hay un pizarrón negro. Se pide a la gente que, una vez que lo devuelva, cuente qué leyó, por qué le gustó o por qué no.

“Al principio, nos preocupaba que robaran los libros. Pero no pasó nada de eso”, explican los chicos. Se sorprendieron.

Junto con los chicos, un grupo de padres y de maestros participan de la idea. Y, cada dos meses, realizan lo que llaman “Juntaderas”: reuniones culturales para recolectar libros. “Más que una ‘juntadera’ es una fiesta”, asegura Noel, una de las mamás que colabora con la iniciativa.

“La biblioteca es del barrio, no es de la escuela”, apunta Celia, una docente que acompaña desde los comienzos. Cada tanto, para reforzar este espíritu, los chicos salen con folletos casa por casa para invitar a la lectura.


Libres de la lluvia

“Decidimos poner una heladera para resguardar los libros de la lluvia y de la humedad. Pero, al principio, no funcionó. A los 10 días la cambiamos de lugar. Queremos que la gente lea más y ya entendió cómo funciona y empiezan a leer”, sostienen los chicos.

Y agregan: “Pedimos que donen libros, los lean y los devuelvan. Les decimos ‘si te querés quedar con uno, trae otro’”.

La pauta de que hay movilidad de ejemplares es que aparecen nuevas publicaciones o distintas y hasta hay cartas o señaladores adentro de algunos.

“Es una idea en movimiento que fue cambiando. Hemos hecho una red vecinal”, subrayan los padres. Y siguen: “La literatura es un puente, permite el encuentro. Hay que salir del encierro”.

Fuente: La Voz

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