Barcelona: Las bibliotecas como refugio

Personas vulnerables encuentran en los equipamientos culturales de la ciudad espacios confortables de acceso libre y universal. Los trabajadores de estos centros, en contacto directo con estas personas, sirven en muchas ocasiones de enlace con los servicios sociales.

Ambiente en la Biblioteca Jaume Fuster (Foto: ALBERT BERTRAN)

Carme Galve, directora de la biblioteca Jaume Fuster, expone la teoría de los tres espacios. Las bibliotecas públicas son, para muchos, el tercer espacio. Ese que no es ni casa, ni el trabajo. O ni casa, ni el colegio. Para otros, seguramente por las circunstancias, se han convertido en un segundo espacio. Muchos ‘freelance’ usan la biblioteca como lugar de trabajo, un lugar confortable que les permite salir de casa y cambiar de aires; una suerte de 'coworking' gratuito. Existe después un tercer colectivo para el que las bibliotecas son el primer espacio (o casi). El lugar de referencia; la zona de confort. “Las bibliotecas somos trincheras culturales del territorio. Tenemos una gran capilaridad. Todo lo que pasa en la calle, que es mucho en unos tiempos convulsos como los que vivimos, entra en la biblioteca”, asegura Galve rompiendo la leyenda urbana de que las bibliotecas son lugares en los que nunca pasa nada. "Somos un gran termómetro social", resume.

Entre el colectivo invisible -no a ojos de los entregados bibliotecarios- que tiene la biblioteca como primer espacio (o casi), hay los que la usan como un pequeño refugio donde descansar un rato de la dura calle y estar tranquilos. Como en casa (o casi). Un lugar en el que no se mojan cuando llueve y en el que pueden pasar las horas sin tener que consumir ni gastar nada (algo cada vez más difícil en esta ciudad). Un espacio limpio en el que se está fresco en verano y caliente en invierno. En el que, además, hay lavabos públicos -también limpios-, periódicos, libros, ordenadores y acceso a Internet. La biblioteca, ese enclave en el que, además, puede compartir mesa una doctoranda en Física y un anciano que sufre de pobreza energética y de soledad crónica- dos males muy comunes en la sociedad actual-, y que encuentra en la biblioteca el calor -también humano- que necesita.

ROMPER EL TABÚ

Abierta hace poco más de una década en la plaza de Lesseps, la concurrida Jaume Fuster, por la que pasan 2.400 almas cada día, 776.000 personas en el 2016, fue la que puso sobre la mesa la necesidad de gestionar el fenómeno para encontrar el equilibrio, esa virtud tan frágil como imprescindible en una biblioteca, espacio con un "papel democratizador de la cultura total", subraya Galve.

“Queríamos poder abrirles las puertas, pero necesitábamos herramientas”, cuenta la bibliotecaria. "Rompimos el tabú y buscamos recursos. Ahora tenemos una relación muy fluida con los servicios sociales -expone-; cuando detectamos alguna situación de vulnerabilidad en seguida nos ponemos en contacto con ellos".


ESPACIO DE SOCIALIZACIÓN

La directora de la biblioteca Sant Pau, Imma Solé, en el Raval, coincide con Galve en esa función de radar de las bibliotecas; en que son un instrumento muy eficaz para detectar situaciones de vulnerabilidad y ponerlas en conocimiento de los servicios sociales. "Durante muchos años vino una señora mayor cuyo único vínculo con la sociedad éramos nosotros, a veces pasan esas cosas", cuenta Solé.

(Foto: ALBERT BERTRAN)
"Muchas personas, sobre todo mayores que viven solas, usan la biblioteca como un espacio de socialización. Si buscas los comentarios en Internet de nuestra biblioteca encontrarás muchas críticas de que somos una biblioteca muy ruidosa", bromea la directora de la biblioteca del Raval, quien rehúye de la etiqueta de biblioteca de los vulnerables que muy fácilmente se le puede colocar al estar situada donde está, pero que sí defiende la biblioteca, también, como espacio integrador. El también es importe. Lo subrayan muchos las dos: "Tenemos esa función de cohesión social, pero no hay que olvidar lo que somos: equipamientos culturales".

Ambas tienen claros los límites. "No les dejamos dormir, por ejemplo", coinciden. Norma no escrita que comparten todas las bibliotecas de la ciudad. "En mayor o menor medida, es algo que pasa en todas las bibliotecas", señala Ramon Bosch, gerente de Biblioteques de Barcelona, quien señala como un orgullo que la red de bibliotecas de Barcelona se caracterice por no dejar a nadie fuera; "ni en un extremo ni en el otro", destaca.


EL FRÁGIL EQUILIBRIO

Como Galve, Solé habla también de la búsqueda del equilibro. "Con todos los usuarios, no solo con los vulnerables", subraya. Uno de los últimos problemas que han intentado afrontar es el de las personas que ocupaban una silla únicamente para cargar el teléfono móvil. "Hemos colocado una racleta de enchufes a la entrada para que las personas que buscan solo eso, un enchufe, puedan hacerlo sin ocupar una silla que podría necesitar alguien que quiera leer o estudiar", apunta Solé.

Si en el 2006 fue la Jaume Fuster la que puso el tema sobre la mesa, en el 2008 fue el turno de la biblioteca de Nou Barris. De la noche a la mañana vieron como el perfil de sus usuarios cambiaba de forma radical, tras la apertura -sin noticias previas- de un albergue para personas sin techo justo al lado. "Desde el primer momento tuvimos claro que aquí cabía todo el mundo si se comportaba, pero tuvimos que adaptarnos, claro", cuenta Emília Sánchez, directora del centro, en cuyos lavabos -que acabaron cerrando con llave-, hay un cartel en el que se orienta a los usuarios sobre donde acudir a ducharse.

Fuente: El Periódico de España


Véase además:

Biblioteca Jaume Fuster

Biblioteca Sant Pau

Biblioteques de Barcelona

Biblioteca de Nou Barris

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